La unión hace la fuerza, dicen. En este caso, la unión corresponde al trabajo conjunto de las Universidades de Malaya y de Harvard que van a intercambiar esfuerzos para lograr un método más seguro, más eficaz y más rápido de curación de enfermedades pulmonares como la EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica), esa obstrucción progresiva e irreversible de las vías respiratorias que causa una de cada 10 muertes en el mundo desarrollado.
Hasta ahora, el tratamiento de ésta y otras patologías relacionadas con los pulmones (como el cáncer) se basa en el uso de quimioterapias y en la administración de fármacos corticoides por medio de sprays inhaladores que depositan el contenido del medicamento directamente en el tracto respiratorio. Sin embargo, la mayoría de estos inhaladores generan partículas muy grandes por lo que la mayor parte del producto queda atrapada en las vías superiores y no llega a la totalidad de los tejidos dañados. Ahora, los dos equipos profesionales antes citados se han puesto manos a la obra para fabricar nanopartículas inteligentes que sean capaces de trasladar las correctas dosis de medicamento a lugares más profundos y recónditos de los pulmones mediante la asistencia de campos magnéticos externos.
El trabajo se basa en las leyes de la biocinética, el estudio de cómo hacer llegar moléculas a diferentes lugares del cuerpo utilizando la motilidad propia de nuestros tejidos o mediante dispositivos artificiales. La tarea no es sencilla porque muchas de estas moléculas han de pasar varias barreras naturales del organismo. Y es que, generalmente, nuestro cuerpo está diseñado para evitar ser invadido por agentes externos, no para facilitar el tránsito de productos químicos desconocidos por nuestras venas. De hecho, para fabricar este tipo de medicamentos es fundamental conocer bien cómo funcionan los macrófagos del cuerpo, células grandes especializadas en detectar, reconocer, rodear y destruir intrusos.
Precisamente, la manipulación de este tipo de células es el primer paso para lograr el objetivo en el caso de las enfermedades como EPOC o en otras patologías infeccionas como la tuberculosis o la listeriosis. Cada día, un individuo medio inhala unos 20.000 litros de aire cargados de bacterias y virus. La maquinaria de defensa del organismo es tan poderosa que la mayor parte de nosotros pasamos la mayor parte de nuestras vidas sanos a pesar de esa amenaza. Pero, de vez en cuando, las barreras que nos defienden fallan. A veces lo hacen estrepitosamente y se producen infecciones que pueden llegar a ser mortales. Las fortalezas y debilidades de nuestros sistema inmune pueden ayudar a entender cómo administrar un fármaco más allá de las barreras que tienden a detenerlo. La nanomedicina inhalada, es decir, el uso de dispositivos que dispersan la medicina en forma de gránulos nanométricos, podría servir para llegar mucho más lejos que lo logrado con medicamentos injeridos o incluso inyectados.
Los mayores beneficiarios de ello podrían ser los enfermos de cáncer de pulmón. Varios estudios han demostrado que esta enfermedad sería más fácil de tratar si se pudieran insertar las dosis adecuadas de terapia en zonas muy concretas del órgano respiratorio. Para ello, los técnicos están tratando de manipular moléculas de un fármaco a escala nanométrica, creando moléculas que sólo miden entre una y 100 nanómetros (un nanómetro es la milmillonésima parte de un metro). A esa escala se puede lograr que un medicamento atraviese las barreras naturales necesarias para llegar a su objetivo y, además, lo haga de manera inactiva y sólo se active cuando alcanza un determinado estado o tamaño o cuando es estimulado desde el exterior del organismo con algún tipo de señal electromagnética.
Sería como dirigir un dron minúsculo por el interior del cuerpo y darle a distancia la orden de que empiece a soltar su carga curativa. Parece ciencia ficción pero es ya la estrategia más prometedora para el futuro de enfermedades como la EPOC que afectan a 235 millones de personas en el mundo y que se espera que sea la tercera causa de defunciones en el planeta en el año 2030.
Fuente: madri+d